domingo, 23 de octubre de 2011

ARENGAS QUE NOS MANTIENEN EN EL REDIL

Somos una sociedad tendente al adocenamiento, fruto de un sistema en el que se nos educa para creer, no para cuestionar. Cualquier individuo que pretenda crearse un criterio propio deberá nadar contra corriente si quiere obtener información al margen del discurso oficial y oficioso pero pocos son los dispuestos a invertir algo de energía para lograr tal propósito y muchos los que dicen que esa tenacidad requiere de un tiempo que nuestras ajetreadas vidas no nos regala.

Como todo en la vida, se trata de prioridades y ya sabemos lo fácil que es encontrar excusas para no hacer aquello que nos supone un cierto esfuerzo o para evitar lo que nos pueda hacer sentir incómodos pues con dedicar el tiempo malgastado en vacuidades televisivas, que poco aportan y mucho embrutecen, a la búsqueda de esa información que permite contrarrestar la tendenciosidad de los medios generalistas es más que suficiente.

No hacer el más mínimo sacrificio por estar informados nos convierte en vulnerables y nos deja a merced de los poderes fácticos que harán con nosotros lo que se les antoje recreándose en nuestra corresponsabilidad porque, por mucho que no nos queramos dar cuenta, permanecer desinformado es delegar nuestro compromiso como ciudadanos y ostentar una responsabilidad única e intransferible respecto de muchas de las vicisitudes que enfrentamos.

¿Qué ocurre cuando llevamos cerca de dos años escuchando, viendo y leyendo sobre el mal proceder de los controladores aéreos, la alevosía de sus acciones y las huelgas encubiertas con que nos hostigan día sí, día no y el de en medio también? Pues que con la capacidad de criterio narcotizada e inhabilitados para ver más allá de lo que cuatro todólogos gritones dicen por televisión, le facilitamos en extremo la tarea a las compañías aéreas cuando nos tragamos sin rechistar las palabras del piloto culpando a los controladores por las tres horas de demora que lleva nuestro vuelo para que no se nos pase por la cabeza la posibilidad de exigir obligaciones a quien parece que solo interesamos hasta el preciso instante en que se embolsan el importe de nuestros pasajes.

¿Y qué ocurre cuando un gobierno es consciente de nuestra inopia colectiva? Pues que se permite el lujo de incurrir en la ilegalidad y crear una  Agencia Estatal de Seguridad Aérea (AESA) totalmente dependiente del Ministerio de FOMENTO con la consabida falta de transparencia que ofrecerá ante cualquier incidencia denunciada o lo que es peor, un accidente. Y no solo eso, sino que cuando decida, si es que decide dar respuesta a nuestra reclamación, lo hará emitiendo informes chuscos que son cualquier cosa menos una resolución rigurosa y veraz como el caso en que tuvo que acabar interviniendo el Defensor del Pueblo ante la desidia mostrada por Iberia y la connivencia de FOMENTO respecto de la denuncia presentada por dos usuarios que vieron su vuelo cancelado y a los que dieron como excusa la congestión del espacio aéreo cuando en realidad el avión había sufrido una avería en el motor.

Así que la próxima vez que vaya a un aeropuerto español y sufra un retraso -cosa bastante probable dada la pésima gestión que ha desembocado en un caos en el sector de la navegación aérea sin precedentes- hágase un favor y deje de apuntar al controlador. Piense por un momento en por qué el aeropuerto gestiona más operaciones de las que permite su capacidad, en por qué no se han contratado más profesionales para poder mover esos tráficos con la eficacia requerida o por qué no se ha tenido en cuenta el alto volumen de movimientos para diseñar los turnos con el número adecuado de trabajadores que permitan dar un servicio satisfactorio. No deje de pensar tampoco en la responsabilidad que las compañías aéreas tienen cuando dan la callada por respuesta y cuando le ofrecen llegar a destino a una hora determinada conscientes de la imposibilidad de cumplir ese horario debido a lo congestionado de nuestro espacio aéreo. No dejen de pensar en el silencio de esas compañías frente a la Administración –lo que produce una complicidad tácita- y pregúntense: ¿qué reciben a cambio?

Lo perverso de todo esto es que nos arengan a conveniencia para hacernos creer que estamos despiertos y que sabemos discernir quién es el héroe de quién es el villano. Nada más lejos de la realidad: saben cuando despertar nuestra ira para seguir manteniéndonos mansos en el redil. 

Lo C. Gutiérrez

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